Tres preguntas a...

Michael Marder

Profesor de investigación Ikerbasque en el departamento de filosofía en la Universidad del País Vasco. Autor, entre otras obras, de «Chernóbil Herbarium» (Ned Ediciones 2021) junto con la artista visual Anaïs Tondeur, en el que reflexionan sobre el impacto global del desastre de Chernóbil, 35 años después. Podéis leer un fragmento de la obra aquí.


¿Qué es lo que más le preocupa hoy?

Me preocupa el camino de transición ecológica de nuestra especie. Entender que es nuestra responsabilidad actuar con rapidez y decisión y que no podemos alargar más ese dicho de “Tenemos que cuidar el planeta por nuestros hijos” porque esos hijos ya somos nosotros. Transitar en el cambio es una tarea difícil pero necesaria.

¿Qué se puede hacer para solucionarlo?

Tenemos que relajar un poco las cuerdas de la lógica de gestión y, por igual, emanciparnos del “solucionismo” que orienta nuestra búsqueda de salidas de las múltiples crisis que enfrentamos. Antes que procurar soluciones, debemos plantear las preguntas correctas. La filosofía nos enseña a hacer eso: cuestionar más y mejor. Pero no como un acto inútil de ensimismamiento. La idea es abrir otras vistas, nuevas perspectivas, hacia las crisis que nos rodean y, por implicación, hacia nosotros mismos. En cuanto a los excesos y faltas de preocupación que he mencionado, intentemos abrir un espacio intermedio, donde la motivación de pensar y de actuar no esté encubierta y sofocada por el desespero ni por la indiferencia.


¿Qué se está haciendo bien?

En este sentido, lo que se está haciendo bien es cuestionar y pensar antes de actuar. Pero cuestionar y criticar al mundo con sus modelos políticos y económicos obsoletos y dañinos no es suficiente. Haríamos bien en cuestionarnos también a nosotros mismos, así como nuestra participación reprimida en los mecanismos de destrucción del planeta y del futuro habitable, o nuestras identidades –que, más que anclas y garantías de estabilidad, son tan agitadas bajo la capa de lo idéntico como el mar. Se está haciendo bien cuestionando al ser humano, pero no rechazando a este tipo de ser: hay que inventar o reinventar la humanidad como una sublimación sorprendente y bastante perversa de lo animal y lo vegetal. La humanidad como una tarea por cumplir y no como algo ultrapasado y fuera de moda. La humanidad como una llamada ética, y no como expansionismo y supremacía imperialista llevados a los niveles de la biología y la metafísica.

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