¿Por qué queremos a nuestros hijos?
Hoy hablaremos de la inmortalidad. Y no me refiero a medusas ni a religiones que solo sabes si tienen razón cuando nos morimos. No, hablamos de la auténtica inmortalidad, la que trasciende generaciones futuras y nos dota de un aura mística. Bueno, quizás sea pasarse, pero lo que sí es cierto que es que hablaremos, desde un punto de vista científico, de lo más cercano que estaremos de la inmortalidad.
Y está reflexión, como todas las buenas, empieza con una pregunta: ¿Por qué queremos a nuestros hijos? Esta es una pregunta que todos los que somos padres nos hemos planteado alguna vez (especialmente en esas largas noches sin dormir de los primeros años y en las otras noches sin dormir de la adolescencia y las hormonas descontroladas).
Cuando están en esa barriga hinchada, ya los queremos. Cuando vemos las ecografías (si las entendemos), lloramos. Cuando nos lo ponen en brazos, mataríamos. ¿Por qué ocurre?
Es un amor irracional que va más allá de las trastadas que nos puedan hacer nuestros pequeños. Minucias o grandes afrentas que no perdonaríamos a nadie más que a ellos. Con otros perdemos relación por mucho menos, pero con ellos es distinto. Incluso familias que se han dejado de hablar, los progenitores siguen preocupados por sus hijos. ¿Por qué?
Se dan muchas explicaciones, incluso metafísicas, pero siempre desde un punto de vista que deja entrever que queremos ser algo más en la evolución que simples animales que quieren reproducir su especie. Sus genes. O incluso se dirá que es algo que no se puede explicar. Pero según Richard Dawkins (Nairobi, 26 de marzo de 1941), etólogo, zoólogo, biólogo evolutivo y divulgador científico británico, dice que no es así. No somos más que animales y funcionamos igual que ellos. Con los instintos que están grabados en nuestros genes y que no podemos borrar por más que lo intentemos a base de razón y pensamiento crítico. Aunque todos los razonamientos que podamos hacer son completamente irracionales porque lo que nos dicta la razón muchas veces no nos gusta.
En su libro El gen egoísta, Dawkins nos lo cuenta de un modo con un total desapego por los sentimientos humanos, y es que, según escribe, queremos tanto a una persona como el porcentaje de genes nuestros que lleva en su cuerpo. Es decir, ¿por qué queremos más a nuestros hijos que a nuestros sobrinos? Pues porque nuestros hijos llevan el 50% de nuestro ADN en el suyo. ¿Y por qué queremos más a nuestros hermanos que a nuestros primos? Pues por el mismo motivo, porque nuestro hermano/a lleva el mismo ADN que nosotros (combinado de forma distinta), pero en nuestros primos se ha mezclado con los genes de alguien que nada tiene que ver con nosotros.
Pero, ay mi Pequeño Saltamontes, ¿crees que somos raros, especiales, que el resto de animales no lo hace? Pensemos en un ejemplo… ¿Qué hacen el león cuando derrota al macho dominante de una manada? Mata a toda su descendencia y se aparea con todas las hembras. ¿Lo hace porque alguno de los cachorros muertos le guardaría rencor por haber despojado del trono a su padre? Por supuesto que no (los humanos sí que lo haríamos, pero ese es otro tema). Aun así, lo hacen. ¿Por qué? Para que las hembras vuelvan a estar dispuestas a aparearse y esparcir sus genes por el mundo. La inmortalidad…
Visto esto, deducimos que el amor por los hijos no es más que un intento por lograr lo que generaciones de científicos locos (y no tan locos) han intentado conseguir durante siglos: la inmortalidad. El problema es que no seremos nosotros quien la consiga, sino nuestros genes que, al fin y al cabo, son el software que tenemos instalado y que rige todo lo que hacemos en el breve espacio de tiempo que nos ha tocado vivir.
¿Aún piensas que nuestro amor incondicional hacia los hijos es algo que no se puede explicar? Quién sabe si la explicación es del todo cierta o si es el único motivo de querer a nuestros churumbeles, pero da que pensar, que de vez en cuando tampoco está mal…